30/1/08

Ego

'El Otro Yo' [Mario Benedetti]


Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando. Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las cicatrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Éste no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento le reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llenó de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando, y pensar que parecía tan fuerte y saludable».

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

Gracias a Cereza por hacerme descubir este texto hace tiempo

23/1/08

Alonso

Comienza de Nuevo el espectáculo de la Formula 1. En las sesiones de entrenamiento que actualmente se estan celebrando en el circuito valenciano de Cheste se han llegado a congregar 35.000 personas, según informaba 20 Minutos. He de confesar que a mi la Fórmula 1 nunca me ha interesado en demasía, salvo las llegadas primero de Pedro Martínez de la Rosa y posteriormente de Marc Gené, había pasado con mas pena que gloria mi afición al deporte del automóvil. Yo siempre he sido más de motos, sobre todo de Alex Crivillé. Pero todo cambio con la llegado de un nuevo español a lo que se llama parrilla de la Formula 1, se trataba de el aún desconocidísimo Fernando Alonso, que poco a poco se fue ganando el respeto y la admiración de la gente, tanto aficionados como no aficionados a la Formula 1.

Se produjo entonces un boom en ese deporte que Telecinco supo aprovechar a la perfección, colocando a Antonio Lobato hasta en la sopa. Desde entonces han surgido como chinches los aficionados a la Formula 1, personas que se creen aficionados de toda la vida a un deporte que Televisión Española tuvo que dejar de retransmitir porque no lo veía ni el Tato, y que sin embargo, ahora consigue que los españoles nos levantemos a las 6 de la mañana para ver una carrera de Formula 1 (Yo lo he llegado a hacer, aunque ha sido porque en realidad no me he acostado, sino que he enganchado la mañana con la noche).

A mi me da igual lo que la gente haga o deje de hacer, pero por lo menos deberían tener la honradez de admitir que se he enganchado a la Formula 1 porque por primera vez, tenemos un piloto español que es capaz de repartir el bacalao a su antojo, llegando a destronar al mismísimo Michael Schumaher, que hasta entonces llevaba años paseándose a su capricho por los circuitos y consiguiendo títulos mundiales como churros. Cuando este muchacho deje de ganar o hacer podium, a ver donde se meten, que ese día entonces me darán o me quitaran la razón. Por ahora, limitémonos a disfrutar uno de los pocos momentos en los que a uno se le llena la boca de orgullo de decir que es español, y no como cuando llega el Mundial o la Eurocopa, que mañana, como se suele decir, Dios dirá.

19/1/08

Autores

Los garrotazos de Goya
Acabo de leer un libro que todavía no está publicado. La amistad tiene obligaciones ineludibles; algunas se asumen con gusto y otras, a regañadientes. Ésta es de las primeras; de las que son un privilegio. Alguna vez he hablado aquí de mi amigo Juan Eslava Galán, uno de los novelistas más prolíficos y cultos que honran el paisaje. Juan es de los pocos escritores que conozco capaces de reivindicar sin complejos nuestra actividad profesional –dignamente mercenaria cuando se tercia y se cobra–, como trabajo honorabilísimo y estupendo, sin necesidad de aderezarla con justificaciones éticas, estéticas, psicosomáticas, y demás mariconadas al uso, tan del gusto de ciertos cantamañanas de la tecla. (Como, por cierto, un tal Álvaro Delgado-Gal, intelectual de oficio y sobre todo de beneficio, cuyo último libro-ensayo, Buscando el cero, les recomiendo encarecidamente que lean –no se quejará de que no le hago publicidad, mi primo–, pese al espantoso esfuerzo que supone, a fin de comprobar hasta qué punto se puede ser retórico y pedante en 265 páginas, y medrar en España a base de farfolla y cuento chino.)

Pero a lo que iba. El libro que acabo de calzarme y que todavía no pueden leer ustedes es el manuscrito recién parido de una historia de la guerra civil española. Un texto que no se parece a ninguno de los que conozco –los hay excelentes–, y cuyo título dice mucho: Una historia de la guerra civil que no le va a gustar a nadie. No sé cuándo saldrá. En primavera, supongo. Así que no consideren esto la promoción de un amigo por parte de un amigo; aunque también lo sea, claro, un poco adelantada. Se trata, en realidad, de confiarles mi satisfacción. Ya tenía yo ganas, en estos tiempos en que, pese a cuanto ha llovido, seguimos mirando hacia atrás con las orejeras puestas, de tropezarme con un relato de nuestra guerra civil donde el papel de hijo de la gran puta estuviese, como corresponde, puntual y equitativamente repartido por todos y cada uno de los rincones de nuestra geografía nacional.

Mientras leía despacio y con ganas el manuscrito de Juan, pensé otra vez que el viejo Goya nos pintó mejor que nadie: dos gañanes enterrados hasta las corvas, matándose a garrotazos. La sombra de Caín es ancha en la triste España. Lo fue siempre, y aquella guerra fue prueba de ello. El error sería creer que pertenece al pasado. Cuando lees sobre la destrucción de la segunda república –ya nos habíamos cargado la primera y dos monarquías– en manos de los de siempre, te estremeces estableciendo siniestros paralelismos con la infame clase política de ahora, aún más arrogante, iletrada y bajuna que aquélla. Y así, Juan desgrana una actualísima historia trágica, violenta, retorcida en ocasiones hasta el esperpento, con esos trágicos quiebros de humor negro que también, inevitablemente, son ingredientes de nuestra ibérica olla.

Todo estaba a punto, es la primera evidencia. Una república desventurada en manos de irresponsables, de timoratos y de asesinos, un ejército en manos de brutos y de matarifes, un pueblo despojado e inculto, estaban condenados a empapar de sangre esta tierra. Luego, prendida la llama, la chulería de los privilegiados, el rencor de los humildes, la desvergüenza de los políticos, el ansia de revancha de los fuertes, la ignorancia y el odio hicieron el resto. No bastaba vencer; era necesario perseguir al adversario hasta el exterminio. Murió más gente en la represión que en los combates; en ambos lados, analfabetos presidiendo tribunales gozaron de más poder que magistrados del Supremo. Hubo valor, por supuesto. Y decencia. Y lecciones de humanidad e inteligencia. Pero todo eso quedó sepultado por las pavorosas dimensiones de una tragedia que todavía hoy necesita reflexión y explicaciones. Este libro cuyo manuscrito acabo de leer se aventura a ello, y lo consigue con amenidad y con una extraordinaria, abundante y rigurosa documentación que –es su principal virtud– ni siquiera se nota. Juan lo ha escrito a su manera humilde, como suele. Como quien no quiere la cosa. Y, como decía antes, sin buenos ni malos. Las dos Españas mamaron veneno de la misma sucia leche. Abran los periódicos de hoy mismo y reconózcanlas. Estas páginas lo ponen de manifiesto de forma estremecedora. Por eso se trata de una historia de la guerra civil que no le va a gustar a nadie. Ya era hora.

ARTURO PÉREZ-REVERTE El Semanal 13 de marzo de 2005

Pues a mi si que me gusto, no solo me gusto, sino que hice que toda mi familia se lo leyera, consiguiendo de esa manera que mi hermano se enganchara al estilo de la literatura de Juan Eslava Galan, lo cual me vino de perilla, ya que él si tenia dinero para comprarse las obras. Casi por casualidad llego a mis manos Una historia de la guerra civil que no le va a gustar a nadie, pero bendita sea esa hora. Queria escribir algo sobre literatura, y nada mejor que aprovechar la calidad de un genio hablando sobre otros. Para mi, son dos autores que han de ser fundamentales en las maltrechas aulas de los institutos de enseñanza. Si a un libro se le pide una historia interesante, actual, polemica, sin duda que éste la tiene. Si a un autor se le pide claridad, sencillez en el vocabulario, el saber escribir una historia, etc, sin lugar a dudas que cualquiera de estos dos lo consigue con creces. Gracias a Dios en este pais no todo es Ken Follet o Dan Brown

16/1/08

Injusticia

La Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) ha conseguido superarse a si misma una vez mas. Ahora, se han dedicado a embargar las cuentas de una asociación de vecinos, reclaman 500 Euros en concepto de derechos de autor de tres actuaciones gratuitas realizadas en 2004 y 2005 y por las que tampoco cobraron los artistas invitados, según informa 20 Minutos. En su dia, tambien se encargaron de que las compañías de autobuses debieran abonar 1.197,73 euros para incluir un equipo de sonido e imagen en sus vehículos, según informa 20 Minutos y El Pais. A esto, vamos a añadirle el polemico canon de compensación por copia privada, por el que todo electrodomestico con capacidad de almacenar datos ha incrementado su precio para pagar a esta dichosa asociación.

En fin, que yo la verdad es que me voy a callar mi opinión personal sobre la actuación de esta asociación, tampoco voy a hacer referencia a un dato no confirmado según el cual la Sociedad General de Autores y Editores gana mas dinero de esta forma de lo que lo haria limitandose a sus competencias. Simplemente decir que este tipo de sentencias, hacen que deje de creer en la justicia, que dude y mucho sobre si realmente hay alguien que se preocupa por mis derechos. Justicia injusta que diria el filosofo.

14/1/08

Deseo