1/9/08

Gatopardo

El cotidiano rezo del Rosario había terminado ya. Durante media hora, la voz calma del Príncipe había recordado los Misterios Dolorosos; durante media hora otras voces, entremezcladas habían tejido un vocerío ondeante sobre el cual habían sobresalido las flores doradas de palabras insólitas: amor, virginidad, muerte; y mientras continuaba aquel vocerío el salón rococó parecía haber cambiado el semblante; hasta los loros que abrían sus alas irisadas sobre la seda del cortinaje habían parecido amedrentados; hasta la Magdalena, entre las dos ventanas, había parecido una penitente antes que una rubia guapita, distraída en quien sabe qué sueños, como siempre se la veía.

Ahora, callada la voz, todo volvía al orden, al desorden, habitual. Por la puerta a través de la cual habían salido los siervos el alano Bendicó, entristecido por su exclusión, entró y meneó la cola. Las mujeres se levantaban despacio, y la ondeante regresión de sus faldas dejaba poco a poco descubiertas las desnudeces mitológicas que se dibujaban en el fondo lácteo de los azulejos. Quedó cubierta sólo una Andromeda a la que la cogulla de Padre Pirrone, detenido en sus oraciones suplementales, impidió por largo rato que volviera a ver al argénteo Perseo que sobrevolando las oleadas se apresuraba al socorro y al beso.

En el fresco del cielorraso volvieron a despertarse las divinidades. Las filas de Tritones y Driades que desde los montes y los mares entre nubes frambuesa y ciclamino se precipitaban hacia una transfigurada Cuenca Dorada para exaltar la gloria de Casa Salina, aparecieron de súbito llenas de tanto júbilo de pasar por alto laa más simples reglas perspectivas; y los Dioses mayores, los Príncipes entre los Dioses, Júpiter fulgurante, Marte ceñudo, Venus voluptuosa, que habían precedido a las muchedumbres de los menores, sostenían de grado el blasón azul con el Gatopardo. Ellos sabían que ahora, por veintitrés horas y media, volverían a tomar otra vez el señorío de la villa. En las paredes los macacos volvieron a hacer mofas a los cacatoés.